lunes, 31 de mayo de 2010

La bobada de las papas rellenas

Cocinado por Huma el lunes, mayo 31, 2010
La cocina es un área sorpresiva. Y eso me agrada. Como yo soy una inventora, pues a veces no sé que resultará de la mezcla de ingredientes, y esa es una sensación que me llena de adrenalina.Y bueno, así como hay recetas que me quedan de maravillas, hay otras que mejor ni mencionarlas. Pero, claramente, es gracias a esos errores que sé que mucha harina en la salsa blanca la deja con mal sabor, y que cocer el zapallo en agua para preparar ñoquis es el error más irreversible y grave.
Esas ocasiones de “chapulinadas” igual son graciosas. A mi me ha dado ataque de risa (después de llorar, obviamente), cuando me sucede algo imprevisto en la cocina. Las galletas duras me han sacado las mismas carcajadas que el queque más desinflado de la historia.
Pero el suceso más gracioso (y doloroso) es el que me pasó cocinando con Vinotinto en Curicó. A ese suceso lo llamo “La bobada de las papas rellenas” y es tan chistoso que ahora mismo me río. Y cuando lo cuento, también saco sus buenas risotadas.
Corría el año 2006 y, en un día frío como suelen ser los días de invierno en Curicó, decidí cocinar papas rellenas y cachiporrearme frente a Vinotinto, pues recién estábamos empezando nuestra felina relación. Así, entre ronroneos y corridas por el techo, pensé que si cocinaba papas rellenas quedaría como reina, pues a Vinotinto le gustan mucho las papas.
Pues bien, hice el puré, le puse harina, corté trozos de queso, forme las pelotitas que luego aplasté hasta darle la típica forma de las papas rellenas.Vinotinto me miraba desde la puerta de la cocina, con una mezcla de curiosidad y admiración. Ciertamente le gustaba mucho verme manipular tan profesionalmente los ingredientes. Y entonces más chamullo metía yo, mientras cantaba alguna cancioncita que sonaba en la radio.
“Ahora, hay que calentar el aceite para que se frían bien”, le dije a mi amado gato. Y mientras sucedía eso, yo seguía haciendo papitas rellenas como una máquina de hacer papas rellenas. Para corroborar que el aceite estaba en su punto, lancé un pedacito de puré y psssssssssssssssssss , subió inmediatamente a la superficie.
“¡Listo! Llegó el minuto, Vinotinto”. Y con toda la parafernalia propia de una gata que está seduciendo, tomé la papa rellena con mi pata derecha y la metí al sartén.
“¡AAAAAAAAAUCHHHHHHHHHHHHHHHHH!”, grité. “¡Ay, ay, ay, ay. Ñauuuuuu!”. Vinotinto corrió a mi lado y yo, con la pata toda colorada, lloraba en su hombro.
Al meter la papa rellena, la metí con pata y todo, friéndose no sólo la papa sino que mis dedos. Fue un dolor verdaderamente inconceptualizable y mis dedos quedaron rojos primero, y después con ampollas, inutilizando mi pata por 4 ó 5 días.
Vinotinto me hacía cariño pero, en el fondo, sólo quería reírse de mi maniobra tan poco profesional. Y sucedió. Una vez que me sequé las lágrimas, me miré la pata y dije “Pucha que soy tonta, ¡cómo me pude freír los dedos así!, y me puse a reír, con los mocos colgando, mientras Vinotinto se revolcaba en el suelo de la risa.
Desde ese momento, cada vez que hacemos papas rellenas no podemos dejar de acordarnos del suceso de “La bobada de las papas rellenas”, pero aplicando lo que aprendí después de él: poner las papas con un utensilio que no exponga mis patitas al aceite caliente.
Cómo pueden ver, eso de que de los errores se aprende, es cierto. Y que en la cocina, los errores llevan al futuro éxito.

2 cucharadas on "La bobada de las papas rellenas"

Karla on 31 de mayo de 2010, 8:42 dijo...

muy buen consejo Huma! gracias!

Vinotinto dijo...

Guajajaja... si me acuerdo. Hasta los bigotes se te pucieron tiezos... jajajaja...

 

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